Para Sam
Por amarme con
la fuerza de tu propio universo.
Osario, panteón alemán.
Justo ahora, la niña que fui, está sentada sobre una
larga banca de madera, dentro de un pequeño osario cuadrangular de altas
paredes de mármol negro que contiene unos doscientos nichos; en uno de ellos,
yace mi padre.
Papi, soy la nena, la loca que odiaba peinarse; la
pecas que se pintaba bien poquito porque tenía prohibido cubrirse las estrellas;
la guapa dieciséis años más grandecita, papi; tu niña que ya no lo es, aunque
todavía se parece a la niña que gritó como un loca, arriba de un caballo en
Chapultepec porque tenía miedo. “Deje de llorar, no seas tonta, niña. A ver,
respire que se va a desmayar”, dijiste enojado. Me calle al acto, me había dado
más miedo verte enojado que estar arriba de un caballo que nunca iría a ningún
lado. Callé y respiré. Despacito fui calmándome, soplaba el aire por mi boquita
y me decía, todo está bien, mientras papi esté aquí. “¿Ya ves?, te estás
poniendo mejor, no pasa nada, ahorita te bajo y nos vamos por un helado”,
dijiste con tu mediana sonrisa que siempre me pareció más a fuerza que de
ganas. Papi, amaba ir de tu mano fuerte y firme, capaz de atraparme completa;
capaz de alborotar en un movimiento mi cabello; capaz de asustar a los demonios
que venían por mí; ¡capaz de cubrirme de una lluvia de meteoros! Siempre me
sentí segura contigo, como caminar junto a un inmortal, eras invencible, nada te
derribaba, más fuerte incluso que mis miedos y eso era decir demasiado.
Sé que no vengo desde hace años, pero entiéndeme,
extrañarte como lo hacía se volvió muy cansado, no podía salir sin sentirme
vacía, abandonad. Tu energía era la gravedad que me mantuvo sobre la tierra, de
otro modo habría sido Samsa convertido en una pájara loca. Compréndeme papi, no
soy ni la mitad de fuerte como pensabas. Esperaste verme serena y ecuánime
cuando me dijeron que te morías. La mecánica de la memoria es tan extraña,
algunos recuerdos se vuelven películas suspendidas: cierro los ojos, veo a Lola
bien asustada, agarrándome por la espalda mientras me le resbalaba de sus
brazos convertida en una cabrita muerta. La pobre pensó que me daba algo, no me
soltaba y yo me le escurría. “Niña, niña, no te me vayas a morir y dejar a la
Lola sola, no seas injusta, pon fuerte esas piernitas ¿quieres?”, me decía la
Lola aterrada y orando a todos sus santos. Papi, a mi el dolor me consume hasta
los huesos, y este cuerpo siempre fue quebradizo y un cuerpo así no transporta ni
pesadas sombras, ni cargas colosales.
Estoy sentada en esta fría y pesada banca hablándole
a un pedazo de mármol que lleva tu nombre. ¿Sabes?, me levanté con la única
intención de visitarte y comerme un helado contigo aunque, para ser sinceros
como siempre, tú ya no puedes estar aquí, espero porque eso de querer y creer
que los muertos deambulan entre nosotros pregonando atención, no me parece nada
justo. Pero me callo y me como mi helado de pistache sin penar tonterías y para
que veas que estoy tomándome esto muy en serio, te traje uno de nuez con
chocolate. Lo voy a poner sobre la banca mientras platico contigo. Por supuesto
que no lo dejaré aquí, no quiero que se llene de animales el osario y después
el pobre Bernardo se vuelva loco y mande a los panteoneros a limpiar nuestro
desastre. Tampoco puedo quedarme callada, ya sabes que siempre estoy hablando. Hablo
hasta cuando no tengo nada qué decir. Hablo hasta cuando no se necesita. Ya, no
le voy a dar más vueltas: vine también a contarte que estoy enamorada de nuevo;
¡me carga, lo digo en voz alta y me siento una tonta! ¿Pero qué hago?, estoy
enamorada papi, otra vez, después de diez años de casada y una familia que creí
perfecta. Y no exagero, el niño me revuelve las entrañas, me mantiene en vela,
me desespera, me enloquece de amor, de deseo y mira que es un enfadoso, hace
todo para que no lo quiera, pero yo lo amo, su gravedad me remueve los nervios,
no sé pensar en otra cosa cuando está en mis pensamientos, los pendientes se me
acumulan en la agenda y yo vuelvo a ser la Michi, sentada a lado de ti, en la
enorme barca que era tu auto, llevándome a Guadalajara a estudiar pedagogía.
Se llama Aarón y es El Principito. No vayas a reírte, no digo que sea un niño, aunque
también lo es, es un pequeño misterio que camina alrededor de mí, y lleva consigo
una caja agujerada con un cordero dentro que soy yo. Si esto no es estar de
nuevo enamorada, no sé que es. No te enojes conmigo, por favor, compréndeme, o
mejor aún escúchame. Yo sé que voy hacer daño, Mario es una amor, siempre lo ha
sido, no hay nada que pueda reprocharle, nada. Pero el amor es así, tú me lo
enseñaste: “El amor es una cosa peligrosa, pero vale la pena experimentarse”,
fueron tus palabras. “El amor es generoso pero también ambiciona las cosas
imposibles. El amor es bondadoso con el propio amor, para él, los cuerpos son
puros recipientes. El amor te puede volver a encontrar, sentada, una mañana,
cuando piensas que la vida es perfecta y nada cambiará. El amor es un caballo
salvaje que llegará a tu casa y te mirará fijamente, resoplando y golpeando el
pasto con su descomunal pezuña, y habrá venido solo a que le montes y corres
arriba de él por el bosque”.
Estoy enamorada y tengo miedo. ¡Qué irónico, los miedos solo cambian de nombre!
Soy un cordero dentro de una caja que lleva un niño.
Soy la mujer que se caso enamorada de su mejor amigo. Y por los niños que te
siguen extrañando, te juro que por ellos no me he ido. Y me siento la más fea e
injusta, el pobre Mario camina como alma en pena por la casa. Tú más que nadie
sabe cómo se siente estar así, estar presente físicamente y el corazón en otra
parte, tú mismo te marchabas por semanas, cada tanto tiempo, volando de trabajo
en trabajo y de cama en cama, porque no me creo que lo tuyo siempre fuera el
trabajo, ¡por favor papá, viviste bajo una sola regla: la libertad! ¡Y estoy
enojada porque yo no iba a ser lo mismo, me casé para nunca separarme! Pero con
la aparición de Aarón, las cosas que se veían bien, comenzaron a brillar: las
lecturas, las caminatas, las salidas a media noche, todo se hacía más vivo, brillante
y nítido. Pensé, estoy volviéndome loca, ¿por qué no puedo sacarlo de mi cabeza?
Cada vez que hablamos por teléfono y le digo que voy a casa, siento esa sensación
extraña de encontrármelo a penas cruce la puerta. Estoy delirando, a donde vaya
su presencia lo va llenando todo. Estoy hasta los nervios. Hay veces que despierto
y giro hacia donde duerme Mario y pienso: Aarón debe estar duchándose; Aarón
debe estar soñando; Aarón necesita que lo abrace; Aarón, te necesito. Lo amo,
lo amo papá y si esto me convierte en una bruja, lo acepto. Soy una bruja
enamorada que marcharía gustosa hacia la hoguera. Y aunque todavía no sé qué
hacer, te aseguro que este amor es justamente lo que decías, por esto vine a
confesarme delante de esta maldita piedra negra que no va a decirme nada.
¡Papá, te necesito, necesito que me digas qué hacer! ¡Qué tiene que hacer esta
niña para hacerlo bien!
Finalmente me quedé dormida sobre la banca como
cuando tenía doce años y mi padre había muerto. Cuando despierto, tengo unas
quince llamadas perdidas de Mario y otras más de mis hermanos y mi madre. El
helado se consumió, tengo mucho frío. Sin embargo, por primera vez después de
casi un año que comenzó todo esto, me siento más tranquila, ha llegado la hora
de hablar las cosas. Me levanto y veo una vez más la superficie de la lápida
que lleva un pequeño fragmento poético a mi padre. Paso mi mano sobre la
superficie que está fría como un tempano de hielo, de repente siento un miedo
seguido de una cálida sensación, quizá me equivoque y los muertos sí deambulen
entre nosotros, no pregonando atención, más bien nos miran insistir en no
disfrutar esta vida que a ratos es extraña, ridícula, azarosa, increíblemente
ruidosa e inexplicable. Gracias papi, gracias por escucharme, espero volver
algún día y decirte que todo ya pasó y estoy bien. Te ama tu niña, la loca de
siempre.