Una obra, un encuentro, un instante perpetuo
Por Julio Sarabia
Llevo algunos años
escribiendo teatro y reseñando libros y obras teatrales. Naturalmente eso no
quiere decir que sea una autoridad en la materia, ni mucho menos; sin embargo,
puedo decir lo siguiente: soy un amante del arte, uno de esos seres capaces de
reconocer una obra talentosa en medio de tanta palabrería y ruido. Y ¿por qué?,
porque leo y me sé leyendo, o dicho de otro modo, me descubro a mí mismo, me
reconozco, me encuentro, me identifico con cada lectura. Un libro, un espejo
donde puedo verme. Una de mis actividades favoritas es la lectura, porque cada
texto, de algún modo, añade ideas, formas, caminos nuevos, y encuentros conmigo
y mi entorno; cada texto es una invitación abierta a debatir, hablar, descubrir
temas comunes o extraordinarios, altos o bajos, corrientes o complejos,
poéticos o amorosos… vaya, ¿se entiende?
Para mí leer es un
encuentro entre amigos, una conversación sobre las estrellas que bien podrían
ser libélulas, o libélulas que bien podrían ser faros en una calle desierta. Me
gusta leer. Y después de leer, me encanta el teatro. Aunque para nada comulgo
con la idea inflada y pretenciosa de hablar mal del trabajo artístico (a menos
que el trabajo no se defienda por sí mismo), o criticar a un actor, compañía,
director, etc., sólo por tener cierta autoridad o conocimiento en la materia,
por el contrario, me gusta la crítica que invita a reflexionar, charlar, incluso
soñar.
¿A dónde voy con todo
esto?, quiero hablar de un texto dramático llevado al teatro. El teatro no se
lee, sino se contempla, dicen. Pero yo soy de los que ama leer teatro y después
verlo representado, o al revés. Hace unos días fui testigo de una puesta en
escena conmovedora, divertida, destellante, genial; fue casi como presenciar un
cometa o un arcoíris, cuando todavía los cometas y arcoíris no conmueven hasta
las lágrimas. Luis Enrique Gutiérrez Ortiz es el autor de la obra teatral Cosas raras, dirigida por Hugo
Arrevillaga, y con las actuaciones de Olivia Lagunas y Alejandro Cervantes. La
historia es muy sencilla: dos hermanos se reencuentran después de mucho tiempo
para contar cómo y por qué se separaron.
Quien se dedica al oficio
de escritor, sabe perfectamente que una de las cosas más complicas del oficio
es escribir algo que parezca sencillo, de verdad es una tarea harto compleja y
muchas veces mal lograda. Pues bien, esta obra es un jodido texto sencillo bien
logrado, con un time fenomenal, escenografía
muy simple y original, que apuesta al objeto simbólico, es decir con cascos de
botella, unas cajas de refresco y una silla con una lámpara encendida en el
centro, los actores logran construir todo un escenario plagado de poética movimiento,
acompañado de actuaciones conmovedoras, frescas, reales, esto es una acierto
además a la dirección inteligente y propositiva del director, no me queda duda.
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